El legado del hombre que murió sin herederos
Esta semana nuestra ciudad festeja 123 años. La celebración fue instituida en 2019, reconociendo como fecha fundacional el 30 de octubre de 1901, cuando Don Pedro Diez adquirió las tierras que habían pertenecido a Francisco Javier Eusebio Mendiolaza, y que tras sucesivas divisiones terminarían dibujando el mapa que hoy conocemos. En el nombre de Mendiolaza quedó fijada la identidad de una comunidad que casi desconoce su historia. Fue religioso, impulsor de iglesias, contrarrevolucionario en 1810, se fue al exilio y volvió. Murió en su campo en 1816, dejando su nombre y la leyenda de que en algún lugar del pueblo dejó enterrada una carreta llena de oro.
El hombre del nombre
Francisco Xavier [Javier] Eusebio Ignacio nació el 4 de marzo de 1746, en el seno de una familia rica y de alcurnia hispana, y murió el 21 de abril de 1816. Fue uno de los 12 hijos de Pedro Antonio de Mendiolaza, doctor en Teología nacido en España y la cordobesa Teresa de las Casas Ponce de León.
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Según las investigaciones del historiador Federico G Bordese, Mendiolaza «fue presbiterio, doctor en Teología, recibió su patrimonio para ordenarse el 9 de mayo de 1769. En 1770 era cura de Belén en Catamarca, al mismo tiempo, atendía a los pueblos de indios de Pisapaná, Saujil, Mallasco, Choya y Apullalo donde arregló y reedificó varias capillas entre 1771 y 1777, año en que fue destinado al curato de Santa Catalina (Jujuy), en donde levantará otra iglesia
desde los cimientos (…) También el cura tenía ’delineada una formal población para aquellos habitantes a fin de reunirlos’ y les puso escuela, según se informa en 1791»
En el libro Mendiolaza Tierra de caballos y tesoros, se asegura que «era conocido su maltrato hacia los esclavos negros, los indios y los peones criollos».
En 1781, tras la muerte de su padre, Mendiolaza heredó parte de la fortuna familiar y en 1786 adquirió la estancia a la que llamó Retiro del Rosario pero que fue vulgarmente conocida como Estancia de Mendiolaza. Fue aquí donde se definiría su historia personal y también donde se escribiría uno de los capítulos de la historia del país.
Mendiolaza en 1810
«Francisco Javier de Mendiolaza fue cura rector de la catedral de Córdoba, y tuvo a principios del siglo XIX mucha influencia política debido a su amistad con el Gobernador de Córdoba Gutierrez de la Concha y su grupo político y fue quien mas apoyó a Santiago de Liniers en la tristemente famosa contrarrevolución que este intentó llevar a cabo desde Córdoba al llegar las noticias de la revolución de Mayo de 1810 y la formación de una junta de gobierno – relata Bordese – Mendiolaza materializó su apoyo aportando dinero y además fue`en su estancia (…) que se empezó a juntar pertrechos y se llevó a cabo el adiestramiento de un ejercito que llegó a contar con doscientas almas, y que luego se fue desmembrando hasta abandonar a sus superiores huyendo algunos, y otros pasándose a las filas de los revolucionarios que ya habían entrado a esta provincia con un ejército a sofocar a los insurrectos».
La contrarrevolución de Córdoba terminó en el fusilamiento ordenado por la Junta, del héroe de las invasiones inglesas Santiago de Liniers, el gobernador Juan Gutiérrez de la Concha, el coronel Santiago de Allende, el doctor Victorino Rodríguez, y el oficial real Joaquín Moreno. Fueron ejecutados en Córdoba el 26 de agosto de 1810, en el Monte de los Papagayos, próximo a Cabeza de Tigre, y sus cuerpos fueron enterrados en Cruz Alta.
Mendiolaza, logró huir a Chile y desde allí se embarcó para España desde donde regresó años después, para retirarse y morir en sus campos.
Tras su muerte, la administración del Gobierno Manuel López resolvió, al no haber descendencia ni parientes que reclamaran sus posesiones posesiones, que estas saliesen a la venta en subasta pública lo que sucedió el 27 de enero de 1848.
Leyendas y tesoros escondidos
Alrededor de Mendiolaza se tejieron dos leyendas, la de la desaparición de su cabeza y la de que dejó una carreta de oro enterrada en algún lugar del pueblo.
Según la tradición oral, Mendiolaza fue enterrado sin la cabeza pues se dice que manos anónimas lo decapitaron mientras era velado en la capilla de la estancia de Saldán. El libro sobre la historia de nuestra ciudad comenta esa versión: «Cuentan que por la noche se apagaron las vilas y se lo dejó en la oscuridad y que a la mañana siguiente su cuerpo apareció sin cabeza. Con la excusa de que despedía mal olor, el cajón fue cerrado y así se lo trasladó a Córdoba».
El mismo libro recupera la leyenda de la carreta enterrada. Cita el testimonio de Armando Farias, a quien su padre le contó que «cuando vino la revolución antes de irse del país hizo enterrar por estos parajes una carreta conteniendo oro. Si es verdad o no realmente lo desconozco aunque con mi señora siempre decimos que un día de esto vamos a agarrar pico y pala y comenzaremos a puntear cada metro de este lugar. El recuerdo de otro vecino, Rafael Ludueña, alimenta el mismo imaginario: «en mis épocas de juventud nos juntamos con los muchachos era toda una expedición ir a cavar buscando la carreta»
No existe respaldo documental sobre el decapitamiento de Mendiolaza. En cambio sí existe un expediente que relaciona lo relaciona con un tesoro enterrado. Pero no era oro, sino barras de plata y, lamentablemente para los mendiolacenses, no fue en estas tierras sino en en lo que hoy es Bolivia.
En el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia existe un expediente seguido por don Francisco Javier Eusebio de Mendiolaza, en la Real Audiencia de Charcas, «sobre las siete barras de plata pertenecientes a su finado hermano don Nicolás de Mendiolaza que con otras especies se salvaron durante la rebelión de la Villa de Oruro el año 1781, ocultas en un pozo de la casa que ocupaba don Diego Acero».
Contrarevolucionario y además conocido su maltrato hacia los esclavos negros, los indios y los peones criollos. Por otra parte, en una actitud que no voy a calificar, cuando se puso feo, desapareció de los lugares que solía frecuentar…
Una joyita!
Si, la verdad que habría que cambiar el nombre de la ciudad, una vergüenza Don Mendiolaza..